Biografía

Biografía

Álvaro Yáñez Bianchi (1893 – 1964)

4.134 páginas escritas por Juan Emar en Umbral; 2 veces se casó por la ley y 5 hijos tuvo Álvaro Yáñez Bianchi; enamoró de verdad o quizá epistolar o literariamente a 52 mujeres; 13 veces viajó hacia Europa y 13 regresó; 50 escudos mensuales le pasaban cada una de sus hermanas durante sus últimos años para poder sobrevivir; tener 700 clases de quesos diferentes hacen ingobernable un país, afirmaba en los años 50; 1.987 cartas escribió a amantes, familiares y amigos; 18 centímetros medía el Pájaro Verde, de la cabeza al nacimiento de la cola; 289 veces bostezó durante ceremonias oficiales, bautizos y funerales a los que asistió; 188 personajes creó en sus escritos, los que desdoblan sus nombres e identidades de manera sucesiva e interminable; 0 préstamos bancarios o hipotecas tuvo durante su vida; 1 ciudad inventó, San Agustín de Tango, con 831.607 habitantes; 4 libros publicó en la década del 30; 1.457 comentarios negativos sobre su vida realizaron parientes cercanos, lejanos, y amigos de la familia; 1 vicio lo acorraló intermitentemente, el Vicio del Alcohol, 12 artículos y 89 Notas de Arte publicó en el diario La Nación; 20 centímetros de diámetro tenía el Globo de Cristal; 12 perros y 24 gallinas tenía en los criaderos de su adolescencia en el fundo de Lo Herrera; 1 cáncer lo mató a los 70 años; 22 personas asistieron a sus funerales; 2 exposiciones presentaron sus cuadros; 146 cuadernos de notas y diarios de vida escribió y arrastró consigo; 214 es la numeración de la calle Loreto en donde vive Viterbo Papudo; 1 crítico literario habló bien de su obra mientras vivía; 26 años vivió sin publicar nada; 213 cuadros pintó, la mayor parte ya extraviados u olvidados. 1 vez Emar escribió: «Un número… un número… soy un número…» (Umbral, DIBAM, Santiago, 1996, página 4.130).

Álvaro Yáñez Bianchi, Pilo Yáñez o Juan Emar, personaje y creador de personajes, escritor de esquiva biografía, lo cual es curioso de constatar si consideramos que durante toda su vida se dedicó a dejar huellas y registro de su existencia y trayectoria. Desde muy pequeño anotó cotidianamente en innumerables libretas y cuadernos, los detalles de su devenir, sus aspiraciones y ambiciones, aunque poco a poco esos escritos van ocultando la esfera de la intimidad y se especializan en retratar su entorno.

Hijo menor del connotado político liberal y jurista Eliodoro Yáñez Ponce de León, nació en un hogar más que acomodado, un espacio protector, bullente en lo cultural, amplio en sus discusiones, siempre aferrado a la actualidad y a la pugna de las ideas. Era el Chile de fines de siglo XIX y comienzos del XX.

Nunca abrazó la figuración pública, nunca gustó de tener un trabajo tradicional. Luego de publicar algunos libros en la década del 30 (que mucho después serían tantas veces reeditados), sin éxito alguno, se recluyó aún más, para seguir escribiendo, convirtiéndose en una especie de mito local.

Deambuló entre Europa y Chile toda su vida, nunca asentándose por mucho tiempo en ningún lugar, mudando de ciudad, de casa y de pareja. Su constante en cambio fue la escritura y la pintura. Personaje en donde fuera, destacaba por su ingenio, su estrafalaria figura, su animada conversación, su actitud osca y lúgubre en ocasiones, exaltada en otras.

Su destino predilecto, París. Allí se sumergió en los centros bohemios, participando del núcleo artístico en donde predominaba la vanguardia. Se reunían en “La Coupole”, por donde no era inusual divisar a Juan Gris y Paul Eluard, Picasso, Derain, Man Ray y Foujita, Antonin Artaud, Tristan Tzara, Pierre y Jean Renoir, Edgard Varèse, Utrillo y Dufy.  También estaban algunos chilenos, el pintor Luis Vargas Rosas y el poeta Vicente Huidobro.

En sus sucesivos viajes, arrastró consigo esa infinidad de escritos, de ciudad en ciudad, de continente en continente, con un apego que ciertamente no demostró hacia otros bienes que en un momento poseyó. Estos escritos serán mas tarde procesados, revisitados y reelaborados en Umbral y para Umbral. Allí figura la imagen de su infancia, de su familia, sus mujeres, amigos e hijos, su afán de pintor y su tardío autorreconocimiento como escritor, su malhumor crónico, su ensimismamiento y sus constantes desánimos, su interpretación del arte, su análisis sobre lo chileno y la chilenidad, su búsqueda de un destino fuera de Chile y sus constantes retornos, su interés en las arañas, la vida bohemia en París, la exaltación por el alcohol y sus continuos intentos por abandonarlo, su desapego por el mundo y la sensación de estar atrapado por el sexo –y por lo que él llama sus “refinamientos”-, sus viajes, sus abandonos y culpas, los círculos de amigos y sus disputas, cómo ve las tendencias del arte, sus intentos de ser un escritor, sus quiebres matrimoniales, los paisajes que lo marcaron, la poderosa figura de su padre, su constante pugna entre la exaltación de los sentidos como camino y como búsqueda del conocimiento y la aspiración a desprenderse de todo, la tristeza que lo invadía progresivamente.

Su escritura está marcada por un afán biográfico totalizante que desemboca en Umbral, quizá el proyecto literario chileno más excéntrico y extenso que se conozca, de un formato impreciso, lejos de ningún canon reconocido.

A fines de 1953 viaja por última vez a Europa, a Cannes, en donde sostiene con Pépeche, su amor quizá más duradero, una tienda de antigüedades. Emar sigue escribiendo y pintando. En 1956, a los 62 años, nostálgico y cansado de viajar, afectado por la muerte de algunos de sus amigos, vuelve a Chile. Se instala en las cercanías de Temuco, junto a su hijo Cuco y su familia. Retoma la escritura y su aislamiento.

Fallece en Santiago el 8 de abril de 1964, dejando una herencia de miles de páginas sin publicar, es Umbral, su búsqueda interminable.

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